Los beneficios de Colectora ya están llegando

Aulas solares interactivas, paneles solares, convenios para construir y aprovechar pozos de agua, programas de rescate de la memoria histórica guajira y capacitación para que las tejedoras mejoren sus emprendimientos hacen parte de los beneficios que ya reciben las comunidades del área de influencia de Colectora.
Por: Jorge Luis Durán, Comunicaciones GEB

Sonrisas que motivan el trabajo en las aulas solares interactivas.

 

Lo que más le gusta a Luisa Carolina Uriana, de 8 años, es el tablero inteligente de su escuela.
En esa superficie ella plasma con su dedo índice derecho dibujos y toda clase de garabatos que la atan a su familia, a sus papás, a su casa, a sus amigos y a su tierra, más exactamente la zona rural de Uribia, ese abrasador pedazo semidesértico de La Guajira salpicado con cardonales, cactus y toda clase de arbustos espinosos donde comienza la parte alta y más agreste del departamento.


“Es lo que más me gusta: dibujar. También el computador y el televisor”, dice, con cautela, esta niña que a la mayoría de las preguntas responde con un “ujum” o un movimiento de cabeza. En realidad, dice la profesora Blanca Mercedes Jarariyu, esas contestaciones con sonidos o gestos son normales en los niños wayuu, debido a su timidez con los alijunas (toda persona que no pertenezca a ese pueblo indígena) y a que se sienten más cómodos al expresarse en su lengua, el wayuunaiki.


La escuela es la sede Kepischon 1 de la Institución Etnoeducativa Integral Rural ‘Isidro Ibarra Fernández’, donde estudian unos 70 niños de esta y otras tres comunidades a las que se llega desde la cabecera municipal de Uribia por caminos inhóspitos de sol y de arenas que se mueven a voluntad de las brisas que todo el año soplan en la Media y Alta Guajira.

 

Las herramientas de las aulas solares interactivas acercan a niños y profesores wayuu a la tecnología.

 

En esta ranchería, como en el 98 por ciento más de las comunidades wayuu de Uribia, no cuentan con servicio público alguno y la riqueza visual del bello paisaje desértico contrasta con la pobreza económica que se ve y padece en la región.


El centro educativo de Kepischon 1 es un pequeño complejo de dos salones con paredes de cemento que resaltan entre las contiguas casas de bahareque, corrales para los chivos y dos lánguidas vacas, algunos pequeños árboles en los que los animales se apretujan para buscar sombra y cercas de espinosos cardones en las que terminan sus vuelos las bolsas de plástico que, pareciera, se dan silvestres en La Guajira. 


Pero a la escuela de Luisa Carolina se le sumó hace más de un año un salón especial, que hace que sea única en la zona: un aula solar interactiva, una construcción de 63 metros cuadrados que busca contribuir al mejoramiento de la calidad educativa mediante el uso de herramientas innovadoras como mesas digitales, tableros inteligentes, ayudas lúdicas en 3D, acceso a internet, mobiliario, contenidos educativos, tabletas electrónicas, aire acondicionado y decenas de apoyos pedagógicos a la altura de las grandes ciudades. 

 

Es un oasis educativo sostenible –funciona con paneles solares– en medio del mar de necesidades de infraestructura y calidad de la enseñanza de la región.
Esta construcción les fue entregada por Enlaza –filial del Grupo Energía Bogotá (GEB) que construye en la región el proyecto de transmisión de energía eléctrica Colectora–, en alianza con TGI, otra empresa de la multilatina, y el Ministerio de Educación Nacional.

 

“Nunca nos esperamos este beneficio que nos ha sido muy útil. Desde 2017 ya personas del Grupo Energía Bogotá venían por acá a decir que se haría un proyecto energético y hace como dos años nos llamaron unos cachacos de allá a preguntar cuántos niños tenía la escuela y otros datos, porque ‘algo les va a llegar’, y llegó: es esta aula que nos ha permitido mejorar la calidad de la educación a estos niños, especialmente para que tengan nociones más exactas de un mundo que les parece lejano. Sin esa aula, sería muy difícil que ellos tuvieran una aproximación a esos equipos y a las tecnologías”, afirma la profesora Jarariyu.


El aula solar interactiva, explica Diego Abella, líder Social de Enlaza para la Región Norte, es una de las acciones de inversión social que la compañía realiza en las zonas donde ejecuta proyectos de transmisión de energía eléctrica, para mejorar la vida de las personas.

 

Solo en La Guajira, donde tiene influencia en 10 municipios con la construcción y la futura puesta en operación de Colectora, Enlaza ha entregado siete aulas de ese tipo. Sin embargo, advierte Abella, son solo una parte de las acciones de beneficio social desplegadas por la compañía, que se incrementarán una vez empiecen a cumplirse los acuerdos con las 235 comunidades con los que se llevó a cabo el proceso de consulta previa, uno de los más grandes en la historia del sector minero energético del país.


En esto coincide Fredy Zuleta Dávila, gerente General de Enlaza, quien subraya: “Nuestro compromiso es dejar huella en los territorios; de la mano con las comunidades haremos en ambos tramos del proyecto Colectora una inversión social superior a 40.000 millones de pesos, que veremos reflejados en iniciativas sociales, educativas, recreativas, de embellecimiento de espacios comunitarios y de fomento al emprendimiento local, a la agricultura y al rescate cultural y de la memoria y las costumbres regionales”.

 

La huella ya la está dejando Colectora, afirma la profesora Jarariyu. Para ella, los niños que van a la sede de Kepischon 1 han ido avanzando académicamente gracias al aula solar interactiva y eso se va a reflejar de mayor manera en un futuro. “Ahora son más despiertos, conocen más del mundo y sus herramientas tecnológicas, muestran más interés en las clases y adquieren los conocimientos de forma más fácil; esto les va a permitir afrontar de mejor manera su vida y con mayores posibilidades de desarrollo”, apunta.

 

Agua, necesidad de todos
Uno de los más grandes problemas de las comunidades wayuu es la falta de agua para vivir. En la mayoría de ellas solo hay jagüeyes o estancamientos de aguas en los que las personas se bañan, toman para beber y preparar alimentos, y comparten con los animales.

 

En Kepischon 1, el hogar de Luisa Carolina y la profesora Blanca Jarariyu, el problema es tal que el pozo del que extraían agua con un molino se secó y ahora lo único que brota de él es arena; es una mala jugada de la naturaleza, una perversión del pasaje bíblico en el que el agua fue convertida en vino.

 

 

Brota el agua en Jaipa


En Jaipa, otra comunidad distante a hora y media de la cabecera municipal de Uribia, decidieron tratar de solucionar ese problema y en los preacuerdos con Enlaza lograron organizarse, le plantaron un proyecto a la compañía y consiguieron recursos que invirtieron en la construcción de un pozo flotante de agua –un tesoro en la Media y Alta Guajira–, la instalación de paneles solares para el suministro de energía en sus viviendas y optimizar la fuente hídrica, y el mejoramiento de la caseta comunitaria.


Miguel Jusayu, autoridad Tradicional de Jaipa, lo dice sin rodeos y en wayuunaiki: “hoy tenemos agua gracias a Enlaza y a Colectora. Es un gran proyecto comunitario que hicimos juntos, porque ellos podrán levantar sus torres de energía y nos están trayendo progreso y medios para poder vivir mejor. Invito a todas las comunidades que atiendan a Enlaza y al GEB y a que lleguen a acuerdos, que todos nos vamos a beneficiar con los proyectos que planteemos, porque ellos sí cumplen”.

 

Lo mismo piensan en la comunidad Wampiralein, una ranchería de la Alta Guajira en cercanías al Cerro de la Teta, a unas tres horas de Uribia. Allí, en el silencio profundo del poblado que solo es roto por las carreras del viento, María del Carmen Palmar Ipuana, la autoridad Tradicional, asegura que gracias al apoyo de Enlaza y del GEB no solo están mejorando sus vidas, sino que están rescatando una técnica de tejido wayuu que estaba desapareciendo, el kattoui.

 

“Con el Grupo Energía Bogotá estamos rescatando esa técnica de las abuelas de tejer con labrado más separado, el tejido kattoui, que es muy diferente al que más se ve, el susu. El impulso que nos da la empresa con material, capacitación y la construcción de una enramada para reunirnos y tejer, nos ayuda a conseguir dinero para comprar las cosas que necesitamos en nuestra comunidad. Además, estamos cuidando la madre tierra porque al hilo le estamos agregando tiras de bolsas plásticas que reciclamos de Uribia y así quedan mochilas que se estiran y son más fuertes”, afirma María del Carmen, de 75 años, entrecerrando el ojo derecho para seguir elaborando una mochila en la que planea guardar un chinchorro.

 

Tejidos de vida y tradición, hoy se unen a la sostenibilidad. 


Estos, afirma Diego Abella, quien ha recorrido decenas de veces los caminos que llevan a las distantes comunidades de Colectora para visitarlas, son solo algunos ejemplos de los beneficios sociales que ya perciben, pero, insiste, van a ser más, por el buen relacionamiento que se ha tenido con ellos, que desembocaron en acuerdos bastante positivos para las partes.

 

“La clave ha sido el relacionamiento constante en territorio, conocerse, la atención permanente a las comunidades, reconocer al otro y que haya respeto mutuo –explica Abella–. Solo así se superaron las dificultades y se construyó confianza para poder cerrar esos acuerdos, que sin duda van a beneficiar el desarrollo de las personas que están en el área de influencia del proyecto”.

 

Una de ellas es Luisa Carolina, quien rompe su silencio para decir que se tiene que ir al salón de clases porque es la hora del complemento alimentario. Para la sofocante media mañana de martes el menú contempla un bollo de maíz del tamaño y grosor de su dedo corazón, un huevo cocido duro y una colada de avena que comerá en compañía de otros niños que van a las pequeñas escuelas del desierto de la Media y Alta Guajira.

 

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