Fabricia Peláez, gestora Social wayuu y doña Elisa Helena Castillo, autoridad tradicional wayuu.
En la inmensidad de la siempre reverberante Guajira, el aseyuwa está tranquilo.
Eso asegura, al tiempo que sirve cuatro pocillos de café cerrero, Patricia García Epiayu, la autoridad tradicional de la comunidad Kasumana, una ranchería wayuu ubicada en Maicao, en los límites con Uribia, donde la Media Guajira empieza, como los caminos de arena roja de este semidesierto, a desvanecerse para dar paso a la zona alta.
“El espíritu del territorio, el aseyuwa, siempre está vigilando para que todo marche bien. Tenemos muchas necesidades acá en la comunidad y en toda La Guajira, pero hoy estamos tranquilos de alguna manera, porque sabemos que las cosas nos van a salir bien con los proyectos de energía que se están haciendo, exactamente con el Grupo Energía Bogotá y Enlaza, que nos han valorado como personas y a nuestra cultura”, afirma Patricia, de 52 años, 29 de ellos como autoridad de esta ranchería.
El aseyuwa, explica Patricia con tono de profesora, es aquella presencia intangible que cuida, por ejemplo, que desde que la persona se levanta no se puye los pies descalzos con un cardón, que los chivos, esos animales todoterreno como una Toyota, no se pierdan entre los arbustos y la arena, que el enemigo no tienda trampas, que el wayuu no se caiga saliendo del baño… “En fin, está rotando por el territorio para que todo te salga bien”, dice esta mujer grande, de piel cobriza y mirada profunda y auscultadora.
A Kasumana se llega después de recorrer en camioneta hora y media de una buena vía desde Riohacha hasta Uribia y de allí 40 minutos en una carretera polvorienta, sin señales diferentes a las del “cactus grande”, el “dividivi frondoso” y “después del pozo seco encuentras el letrerito en madera”. La verdad, para el alijuna –todo blanco o aquel que no sea wayuu– que no conoce la región es un camino incierto, porque los fuertes ventarrones que acarician permanentemente La Guajira en no pocas ocasiones borran la trilla y quedan perdidos en el precioso paisaje solitario y el permanente sofoco seco de este territorio.
Kasumana es una de las 235 comunidades indígenas y afrodescendientes con las que Enlaza –filial del Grupo Energía Bogotá (GEB) que construye en Colombia los proyectos de transmisión de energía y gestiona los activos en operación– cerró acuerdos de consulta previa, entre 2019 y julio de 2023, para presentar a las autoridades estudios, obtener licencia ambiental y empezar la construcción del proyecto Colectora, la iniciativa fundamental para la transición energética del país.
Patricia García, autoridad tradicional y docente wayuu.
Colectora, explica Fredy Zuleta Dávila, gerente General de Enlaza, un paisa con apellidos de juglar vallenato –los mismos que recorrían los senderos La Guajira y el Cesar llevando noticias cantadas con un acordeón–, incorporará al país los 10 megavatios que producirán los siete parques eólicos que se construyen en este departamento del norte de Colombia.
Los primeros contactos de Patricia y las cerca de 300 personas de Kasumana con el GEB fueron en 2017, cuando los funcionarios de esta empresa llegaron para contarles sobre la posibilidad de que por allí pasaría un proyecto de transmisión de energía vital para el país, Colectora, que aprovecharía los vientos de la región con el fin de generar electricidad para buena parte de Colombia.
“Desde el comienzo el GEB ha sido sincero y nos han dicho que iba a pasar, que se puede hacer y cómo nos afecta y beneficia el proyecto. Nunca nos han prometido nada que uno vea que es fantasioso y tuvieron algo muy bueno: que siempre nos consultan y que llegaron acá con trabajadores wayuu, que hablan nuestra lengua, que nos entienden; así pasó también en las rancherías vecinas. Eso facilitó las cosas para que dialogáramos, expresáramos nuestras necesidades y cerráramos acuerdos en 2021; sabemos que Grupo Energía Bogotá va a cumplir porque parecen wayuu”, subraya la Autoridad Tradicional de Kasumana, que en español significa blanco.
De tú a tú
Si bien todos los wayuu, según sus creencias, provienen del dios Maleiwa, y tienen costumbres casi idénticas, las comunidades étnicas de La Guajira poseen características únicas, líderes propios y hasta problemas particulares que, justamente, hicieron que la consulta previa con 235 de ellas fuera un desafío enorme. Ha sido, explica Zuleta, uno de los procesos de este tipo más grandes y complejos de los que se tenga noticia en la historia del país.
Lo que sí comparten los wayuu son las necesidades a las que se refiere Patricia García Epiayu. Carecen de casi todo: no cuentan con energía eléctrica, agua potable, vías y de adecuados servicios de salud y educación, y los niños y abuelos, especialmente, padecen de desnutrición, entre decenas de problemas. El Estado no llega; es más, están tan apartadas que muchas veces los políticos ni se asoman en época preelectoral.
Con tantas privaciones desde siempre es difícil entender para un alijuna cómo no les falta la alegría y la creencia en que todo puede mejorar.
Esas necesidades se ven también en la comunidad Kepischon, a unos 40 minutos de Kasumana por la misma trocha incierta que desemboca en los alrededores del Cerro de la Teta, una formación rocosa que corona el noroccidente del desierto guajiro y que es vigilante mudo de las antiguas rutas del contrabando que llegaba en barcos a la Alta Guajira y descendía a los centros poblados del departamento en estampidas de camionetas que rompían el eterno silencio que allí se vive.
Rosamira Epinayu, la autoridad tradicional.
“Desde marzo de 2017 cuando fue el primer acercamiento con el GEB hemos tenido buenas relaciones con ellos. Tanto así que nuestro proceso de consulta previa fue sin intermediarios, sin abogados ni asesores; fue de tú a tú. ¿Quién mejor que nosotros mismos para saber lo que necesita la comunidad, cuáles son nuestros intereses y hacer respetar nuestro territorio? Acá siempre fuimos abiertos de mente y de corazón para escuchar al Grupo Energía Bogotá y ellos respetaron nuestras costumbres y han cumplido con su palabra. No tuvimos ni un problema”, afirma Rosamira Epinayu, la autoridad tradicional de Kepischon.
En esta comunidad, que vive de la cría de chivos, la artesanía y de la Divina Misericordia, como la mayoría de pueblos wayuu de la región, están esperando ahora que se cumplan los acuerdos firmados entre ellos y el GEB el 16 de octubre de 2022, para que llegue algo de bienestar a las cerca de 728 personas que habitan este conjunto desperdigado de ranchos de bahareque, pocas construcciones de cemento, corrales artesanales y cementerios familiares en el que pasean perros famélicos y esas pequeñas Toyotas de cuatro patas que se comen lo que encuentran a su paso.
Ese día, recuerda Rosamira tomando un sorbo corto de tinto –que parece la bebida oficial de las rancherías guajiras–, hicieron una yanama (una reunión familiar) en la que sirvieron sopa de chivo, yuca y ahuyama; friche, arroz, chica y poi, un maíz que se cocina desde la noche anterior hasta la 1 de la madrugada y cinco horas después se le agrega frijol y carne.
“Fue un día especial en el que también ofrecimos una yonna (baile típico) y artesanías –subraya Rosamira–. El Grupo Energía Bogotá acá siempre tendrá las puertas abiertas, con ellos el aseyuwa está en armonía, porque es una empresa cercana a nosotros, nos ha hablado con la verdad e incluso nos ha dado beneficios, como el aula solar interactiva, y ha sido transparente. No tenemos queja alguna y sabemos que, así como nosotros vamos a cumplir, ellos también”.
Abajo también
Kasumana y Kepischon son dos de las 233 comunidades por cuyo territorio pasa el proyecto de transmisión de energía eléctrica Colectora en su primer tramo, Colectora – Cuestecitas (228 kilómetros); esta iniciativa contará con 475 kilómetros aproximadamente de redes a 500 kilovatios (kV) entre las subestaciones Colectora y La Loma, en El Paso (Cesar), donde se integrará esa energía limpia al Sistema Interconectado Nacional.
En el tramo Cuestecitas – La Loma (247 kilómetros) están 12 comunidades étnicas, los pueblos de la Sierra Nevada de Santa Marta: koguis, arhuacos, wiwas y kankuamos, y consejos comunitarios afrodescendientes. Este segmento ya tiene licencia ambiental y por estos días comenzará su fase constructiva.
equipo Enlaza con la comunidad kankuamo
“El proceso de consulta previa debió contemplar al tiempo múltiples factores de diversidad cultural, biodiversidad ambiental y la extensión del proyecto, entre otros, que lo hizo complejo y por lo que solo hasta julio de 2023 cerramos acuerdos con todas las comunidades gracias al esfuerzo de nuestros colaboradores y el apoyo del Gobierno nacional para superar dificultades grandes que hacían necesario su concurso. En el tramo dos, Cuestecitas – La Loma, pudimos lograr acuerdos y cierres en 2022”, explica el gerente Zuleta, amante de estas tierras como del vallenato. Tanto que ha compuesto varios versos en ritmo de paseo y merengue.
Justamente de esas primeras comunidades en cerrar acuerdos fue la comunidad La Mina, del pueblo indígena kankuamo. A una hora y media en carro al norte de Valledupar, y a unas cuatro horas de Uribia, se encuentra este regalo de Dios envuelto en verdes de todos los tonos, quebradas y arroyos de aguas frías que descienden de la Sierra Nevada y de los cerros salpicados por enormes piedras que lucen como pecas en la faz de la tierra.
Allí, en el sito Mina Calva, Jaime Luis Arias Ramírez, gobernador del pueblo kankuamo –los guardianes del equilibrio del mundo–, afirma que la clave para lograr acuerdos con ellos y los otros tres pueblos de la Sierra Nevada fue el relacionamiento respetuoso que siempre ha ejercido el GEB y el reconocimiento que hacen de la autoridad y del gobierno que ellos tienen y sus estructuras organizativas en el territorio.
“El diálogo y la apertura que tuvieron el Grupo y sus trabajadores garantizó el proceso y el ejercicio de consultas previas, que se dieron con las garantías que corresponden, cercano a las comunidades y generando la confianza que se necesita. Producto de ellos hay acuerdos en un tema muy importante para la madre tierra como es el proyecto Colectora, que traerá energías limpias al país. Eso hace parte de nuestro pensamiento y saber ancestral como es cuidar el equilibrio del mundo”, subraya, luego de raspar un calabazo al que llaman poporo con un pequeño palo, Arias.
Armonización con los pueblos de la Sierra Nevada de Santa Marta.
En esto coincide Emilio Ovalle, cabildo gobernador del pueblo yukpa –que habita también en varios municipios del Cesar y están en el área de influencia del tramo Cuestecitas – La Loma del proyecto Colectora. “Con el Grupo Energía Bogotá hemos hecho armonización y todo se ha dado porque respetan nuestro pensamiento y nuestras creencias. Esperamos seguir así en un diálogo en el que estamos y avanzar con otras autoridades de nuestro pueblo”, subraya.
La diversidad y el número de comunidades, insiste Fredy Zuleta, fue un gran reto para el cierre de los acuerdos en el proceso de consulta previa. Fueron miles de horas de diálogos, centenares de visitas, discusiones, alegrías y dificultades, pero, sobre todo, de conocimiento mutuo y encuentro entre culturas.
“Fue un trabajo duro, pero que deja grandes frutos, acuerdos que vamos a cumplir todas las partes y nos permiten a todos tener hoy reglas de juego claras y estables –manifiesta Zuleta–. La clave de este éxito fue la gran disposición al diálogo de las comunidades y su retroalimentación oportuna para encontrar el mejor camino”.
Fabricia Peláez, una wayuu de la baja Guajira y gestora social de Enlaza que ha recorrido casi todas las comunidades del área de influencia de Colectora, cree que lo más importante fue que la empresa comenzó el proceso conociendo cómo funciona el sistema normativo wayuu, cómo es su arraigo territorial, la ubicación de las comunidades en territorio y respetando sus sistemas para relacionarse en un verdadero diálogo intercultural. “Por eso se suscribieron muy buenos acuerdos para todos, gracias a ese diálogo genuino, transparente y diferencial que hicimos en cada una de las enramadas en que nos sentamos a hablar”, comenta.
La afirmación la hace en la comunidad Mashelarian –gallinazo en wayuu–, a una hora y media del casco urbano de Uribia luego de abandonar la vía principal para tomar una carretera polvorienta y estrecha, adornada por cardonales, cactus, dividivis y otros arbustos espinosos.
Elisa Helena Castillo, autoridad tradicional.
Allí, justamente, se construirá la subestación Colectora, que recibirá las energías eólicas de los siete parques de este tipo que se construyen en La Guajira y las enviará a través de una red de alta tensión a la subestación La Loma.
En Mashelarian, donde cerraron acuerdos a mediados de 2022, ya saben de los beneficios del proyecto, afirma Elisa Helena Castillo Ipuana, la autoridad tradicional de la comunidad. Y van más allá de lo material, de lo tangible.
Colectora, dice, sirvió para zanjar a través del diálogo una enemistad con las autoridades de una comunidad vecina; tan grave era la situación que, afirma Elisa, estuvo a punto de cobrar muertos. “Acá todo con el Grupo Energía Bogotá ha sido claro, transparente y puntual con lo que se va a hacer, para evitar confusiones después; eso nos llevó a hablar de la misma forma con los hermanos wayuu vecinos, nos sentamos varias veces en la enramada a hablar con un tinto y hoy estamos en completa paz”.
Sí. El aseyuwa y Colectora están en armonía. Hay tranquilidad.